La mayoría de los bebes humanos –amados- no reciben incondicionalmente lo que piden, porque siempre hay un adulto cerca para no estar de acuerdo y para tener una opinión al respecto. Generalmente se trata de las mismas madres amorosas que entramos en contradicción con nuestros propios pensamientos. El asunto es que no es un periodo para pensar. Es un periodo para entrar en fusión emocional. No hay que buscar razones, ni elegir concienzudamente la mejor opción. No hay reglas a seguir ni consejos aplicables.
No estamos dispuestos a hacerles caso a los bebes que, unánimemente, explican una y otra vez a través de sus interminables prístinos llantos donde esta su lugar. El bebe que no esta en contacto con el cuerpo de su madre, experimenta un inhóspito universo vació que lo va alejando de su anhelo de bienestar que traía consigo en el periodo en que vivía en dentro del vientre amoroso de su madre. El bebé recién nacido no esta preparado para un salto a la nada: a una cuna sin movimiento, sin olor, sin sonido, sin sensación de vida. Esta violenta separación de la díada causa mas sufrimientos de lo que podemos imaginar, y establece un sin sentido en el vinculo madre-niño. Cuando las expectativas naturales que traía el pequeño son traicionadas aparece el desencanto, junto al miedo de ser nuevamente herido. Y después de muchas experiencias similares, brota algo tan doloroso para el alma como es la resignación.
Cuando ese ser tan pequeñito no se siente valioso ni bienvenido, se convertirá necesariamente en un ser humano sin confianza, sin espontaneidad, y sin arraigo emocional. Todos los bebes son valiosos, pero solo pueden saberlo por el modo en que son tratados. En los países “desarrollados”, las madres compramos libros con indicaciones sobre como atender a nuestros hijos, sobre como dejarlos llorar hasta que se duerman, y como abandonarlos en el vació emocional sin siquiera tocarlos. Las madres jóvenes desconfiamos de nuestra capacidad innata de criar a nuestros hijos, y desoímos los “motivos” que tienen los bebes para trasmitir señales que son inconfundiblemente claras.
Es de noche y el niño no percibe ningún movimiento. Está solo en una cueva inmensa y oscura pidiendo auxilio. El “tiempo” aparece como un hecho doloroso y desgarrador si la madre no acude, a diferencia de las vivencias dentro del útero donde toda necesidad era satisfecha instantáneamente. Ahora la espera, duele. Los monstruos se dejan ver y se multiplican descendiendo desde los techos forrados con estrellas de papel. El niño aúlla con mas fuerza, cada vez mas desesperado, porque siente que lo van a devorar. Y efectivamente lo devoran. Desaparece. Se duerme y sueña un sueño donde anhela regresar a su paraíso perdido. Al despertar, con la sensación de haber estado “perdido” un tiempo muy prolongado, finalmente encuentra confort en brazos de su madre. Pero ya no confía, esta atento y se aferra con vigor a los pechos calientes. Los muerde, los lastima. Tiene miedo. Y así, una y otra vez hasta que abandona. El miedo lo acompaña siempre, incluso en esos momentos en que esta reconfortado. Porque sabe que el silencio volverá en cualquier momento a devorarlo. La desconfianza será su permanente compañía. Aparecen las contradicciones entre los recuerdos de su mundo sutil y sus vivencias bien actuales y concretas. Anhela regresar mientras duerme, pero cada día radiante del sol confirma que se quedó exiliado en un mundo lejano, y que seguramente esta es la única realidad. Entonces se apega con fuerza a la realidad objetiva, la defiende y deshecha cualquier sensación que le acerque reminiscencias de su paraíso interior.
La brecha con su yo interior es cada vez mayor, olvida su lenguaje secreto y se torna experto en lenguajes adultos.
Por las noches, incluso ya siendo una persona grande, continúan los monstruos que se cuelan entre las cortinas de dormitorio. Por eso tiene preparados unos frascos con pastillas de colores que al ingerirlas, ahuyentan estas desopilantes fantasías.
Se convirtió en una persona seria. Y salvo a los desconocidos, a los animales domésticos, a los viajes, a las tormentas, al ruido, a la noche, a los lugares poco iluminados, a la velocidad y a las olas del mar… casi, casi no le tiene miedo a nada.
Laura Gutman
Extracto del libro “crianza, violencias invisibles y adicciones”
www.crianza.com.ar/ crianza@fibertel.com.
No hay comentarios:
Publicar un comentario